martes, 8 de mayo de 2012

EL DÍA DEL LIBRO

Una mañana llamó al teléfono del instituto -en aquel entonces todavía no habían proliferado los móviles personales- un funcionario de la Editora Regional de Murcia que preguntó por mí y, tras alguna zalamería, me invitó a presentarme en menos de cuarenta y ocho horas en la Biblioteca, al objeto de improvisar una charla de autor y departir con varios grupos de alumnos de secundaria que ya habían sido citados con motivo del Día del Libro. Entendí que no tenía más remedio que aceptar -en aquel entonces yo aún no había aprendido a decir que no-, pese a intuir que se trataba de un acto irrelevante, sin compensación ni honorario de ningún tipo, de una encerrona que los gestores de la política cultural rentabilizarían a mi costa y a la de otros escritorcillos incautos o simplemente presuntuosos, y que si echaban mano de mí en el último momento era por imprevisión o porque les habría fallado cualquier nombre con más pedigrí que el mío. Juraría que pronuncié un texto mucho más entusiasta -en aquel entonces yo era un optimista de solo treinta años- de lo que hoy soy capaz de recordar.


Leído en la Biblioteca Regional de Murcia, el 23 de abril de 1997

No nos engañemos: si yo estoy aquí es porque, libremente, sin coacción de ningún tipo, he escrito y luego me he ocupado de que me publiquen un par de libros de poemas; y si vosotros estáis ahí es porque entra en el universo de lo posible que algún día, también libremente, sin coacción de ningún tipo, os convirtáis en los lectores que andan buscando cualquiera de los dos libros de poemas que he escrito y que me han publicado. La fórmula que se me ocurre improvisar aquí, para todos y cada uno de vosotros, es muy sencilla y es siempre la misma:

ALGUIEN ESCRIBE ALGO

PARA QUE LO LEA ALGUIEN.

Lo cual, traducido a nuestro caso concreto, a nuestro aquí y a nuestro ahora, se podría resumir en el siguiente enunciado:

SI YO ESCRIBÍ ESTE PAR DE LIBROS DE POEMAS

ES PARA QUE DESPUÉS PUEDAS LEERLOS TÚ.

Entre ese YO que abre la frase y ese TÚ que la cierra, dentro de ese paréntesis imaginario que se produce en el espacio que media entre los dos pronombres, entre el TÚ y el YO, es donde, a mi entender, se encuentra lo más importante de todo, lo que hoy nos ha traído hasta aquí, tanto a vosotros como a mí: el libro, cada uno de mis libros. Con esto vengo a deciros que si un libro existe es, en primera y última instancia, gracias a esos dos personajes que hasta ahora no se conocían de nada, y que son precisamente quien ha escrito el libro y quien se dispone a leerlo.

Así pues, estos dos libros míos que orgullosamente he traído conmigo y que están firmados por mí, con mi nombre y mis apellidos, podrán alcanzar todo su ser y todo su valor real, todo su valor como instrumentos de cultura, no solo gracias a quien los escribió (en este caso YO), sino también, y muy especialmente, gracias a la colaboración final de cualquiera de vosotros (TÚ o TÚ o TÚ), de aquel de vosotros que se decida a abrirlos y a leerlos. Tened presente que si faltase alguno de los dos, solo uno, si faltase quien los ha escrito o quien los va a leer, no habría entonces ninguna posibilidad de comunicación entre nosotros, y por lo tanto tampoco se podría hablar de verdaderos libros, sino apenas de un par de objetos perfectamente encuadernados e impresos que se van cubriendo de polvo y de olvido en las estanterías de cualquier biblioteca o en el almacén de cualquier librero o editor.

Lo que os vengo a decir con todo esto es que mis dos libros, estos que he traído conmigo y que me llevó algún tiempo escribir, existen como meros objetos desde el momento en que fueron publicados; pero que no existirán en su totalidad para vosotros, como no existirán para nadie (o estarán incompletos, imperfectos), mientras no os acerquéis a ellos y los recibáis por vuestra cuenta, individualmente, a solas, sin que deban interponerse entre cada uno de vosotros y yo mismo más que las propias páginas, con sus palabras y con sus versos y con sus imágenes más o menos bellas y desgarradoras. Desde ese instante, desde que TÚ empieces a leerlos y a desbrozarlos poco a poco, estos libros empezarán también a dejar de pertenecerme a mí para empezar a pertenecerte a ti (o a ti, o a ti, o a ti), a todos y a cada uno de los lectores que se atrevan a visitarlos.

Sí; aunque parezca raro, serán ya más tuyos que míos, tendrán más que ver con tu propio mundo que con el mío, y eso por la razón sencilla de que leer consiste, básicamente, en saber interpretar los textos desde la posición de cada uno, según su experiencia particular y su particular sensibilidad y su cultura particular. Leer consiste en alimentarse espiritualmente e intelectualmente de lo que alguien ha dejado escrito, y ya todos sabemos que quien se alimenta crece y se hace más fuerte, y si se alimenta con gusto, tanto mejor, también en el caso maravilloso de los libros.

Significa esto que cada uno de vosotros posee la facultad de recrear, o de volver a crear para sí mismo, todo cuanto lee, según sea su forma de ser y según sea su perspectiva personal de las cosas, y esa perspectiva, en tanto que es humana, es siempre única y es siempre distinta de la del resto de lectores que hayan tenido, tengan o vayan a tener estos dos libros que he convertido en protagonistas de nuestra cita. Por eso suele decirse a menudo, yo creo que con muchísima razón, que un mismo libro, por ejemplo cualquiera de estos dos que he escrito y que me ocupé de publicar, será diferente dependiendo de quién lo lea: el texto escrito será el mismo para todos, eso es evidente, pero su interpretación varía según la sensibilidad de quien lo lea; incluso, un mismo libro puede resultar distinto si se lee a los quince años, si se vuelve a leer a los veinticinco y si se vuelve a leer a los sesenta. ¿Por qué? Pues por eso, porque las personas tampoco somos las mismas a los quince, a los veinticinco y a los sesenta años. Sin duda, puede haber tantos Quijotes y tantas Regentas y tantas Islas del tesoro como hombres y mujeres sean capaces de abrir un ejemplar y meterse en la historia que late en esos libros, porque cada uno de nosotros los va a entender a su manera, de acuerdo consigo mismo y de acuerdo, también, con el potencial de su fantasía, sin que deba tener en cuenta a nadie más.

Podría haberos hablado un poco de mí mismo, de las cosas que escribo, de dónde y cómo y cuándo las escribo, de si creo o no creo en la inspiración y en las musas, de si el poeta nace ya siéndolo o si se va haciendo poeta con el tiempo, de si se liga mucho yendo de poeta por la vida, de por qué escribo poemas cuando lo que ahora mola es hacer otras cosas; o, incluso, podría haberos hablado de cuáles han sido y cuáles son mis escritores favoritos, o de qué hay que hacer para que te publiquen un libro en una editorial más o menos importante y prestigiosa. Pero me cuesta mucho, cuando hablo en público, utilizar mi experiencia como un arma de protagonismo, y más en un día como el de hoy, en que el verdadero protagonista no debe ser el autor, sino los libros, que es como admitir que los verdaderos protagonistas sois realmente vosotros, los posibles lectores, los futuros lectores, porque sin vosotros, sin la presencia física y la colaboración activa de cada uno de vosotros -ya lo he dicho antes-, los libros están muertos y no tienen nada que decir, absolutamente nada. De todas formas, si alguien lleva escondida por ahí alguna pregunta sobre el autor o sobre sus libros o sobre cuanto acabo de decir, estaré encantado de intentar responderla.

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